Saladillo/BA. Evangelio según San Lucas (17,7-10): «El Señor dijó:
«Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: ‘Ven pronto y siéntate a la mesa’?
¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después’?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’.»
Jesús nos dice que tenemos que ser simples servidores. Y San Ambrosio, obispo de Milán y doctor de la iglesia, quien con su predicación llevó a la conversión a san Agustín, nos describe cómo tiene que ser el verdadero servidor: «Que nadie se gloríe de lo que hace, puesto que es, en la más simple justicia, que debemos al Señor nuestro servicio… Mientras vivimos, debemos trabajar para el Señor. Reconoce, pues, que eres un servidor dedicado a muchos servicios. No te pavonees de ser llamado «hijo de Dios» (1Jn 3,1): reconozcamos esta gracia, pero no olvidemos nunca nuestra naturaleza. No te envanezcas de haber servido bien, porque no has hecho más que lo que debías hacer. El sol cumple su función, la luna obedece, los ángeles hacen su servicio. San Pablo, «instrumento escogido por Dios para los paganos» (Hch 9,15), escribe: «No merezco ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios» (1Co 15,9). Y si en otra parte muestra que no tiene conciencia de falta alguna, añade seguidamente: «Pero no por eso quedo absuelto» (1 Co 4,4). Tampoco nosotros no pretendamos ser alabados por nosotros mismos, no adelantemos el juicio de Dios».