Julio Chávez: cómo es llevar La ballena al teatro, sus miedos, su mirada sobre el papa Francisco y el lugar del amor

Julio Chávez llega solo, caminando por Montevideo, enfundado con una pashmina que lo protege de una tarde algo destemplada. Pretende que ese atisbo de resfrío no entorpezca en el proceso de los ensayos finales de La ballena, la pieza que estrenará el 1° de mayo en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, con dirección de Ricky Pashkus, y acompañado por Laura Oliva, Carolina Kopelioff, Máximo Meyer y Emilia Mazer.

Al verlo, rápidamente se dibujan en las retinas del interlocutor tantísimos personajes. Aquel profesor de danza soberbio y abatido de la serie El maestro, el sindicalista del ciclo semanal El Tigre Verón, el pesado marginal al que le dio vida en el film Un oso rojo o el temible barbero del musical teatral Sweeney Todd. Desde ya, no se puede obviar su composición, en Yo soy mi propia mujer, de Charlotte von Mahlsdorf, aquel personaje travestido que atravesó el nazismo y el comunismo.

La nomenclatura podría continuar a lo largo de varios párrafos. Imposible resumir en pocas líneas el camino artístico de este hombre, discípulo de Augusto Fernandes y, sobre todo, de Agustín Alezzo, el guía que detestaba a la gente que se sentía “importante”.

A pesar de ser considerado uno de los más respetados del medio, el actor juega su juego como un outsider de ese ecosistema de fugacidades rimbombantes. Tampoco es amigo de pavonearse por eventos.

Para los espectadores, solo basta decir “fui a ver a Julio Chávez” para sentir que se habla de una marca Gozar de su trabajo implica cierta pertenencia. Claro que no todos fueron aciertos. Él mismo se encargará de recordar algún “traspié” en la extensa charla con LA NACION.

Ahora le toca el turno de sumergirse en un relato de profundo desgarro, al interpretar Charlie, un padre que busca recuperar, en sus alientos finales, el vínculo con su hija. En el medio, la soledad, su elección sexual socavada, una patología extrema que diezma su físico y el único respiro de sus clases de literatura de manera virtual, oculto en una pantalla que no lo muestra, para que sus alumnos no observen el tamaño de su cuerpo.

El material, escrito por el dramaturgo norteamericano Samuel D. Hunter, obtuvo gran repercusión por su versión cinematográfica -estrenada en 2022 y dirigida por Darren Aronofsky– en la que Brendan Fraser -en el papel que ahora encarnará su colega argentino- cumplió con un trabajo sobresaliente que le valió un Oscar. “No vi la película”, se planta de movida Chávez. Habrá que creerle.

Julio Chávez finalizó hace pocas semanas la segunda temporada de la obra Lo sagrado, coescrita con su social autoral Camila Mansilla

-En los análisis sobre La ballena se suele focalizar en la condición física del personaje, desentendiendo otras razones más esenciales como la soledad y su construcción afectiva.

-Su situación física habla de una adicción, pero la obra no focaliza en eso.

-Por eso, hay un planteo en torno a la soledad, a lo vincular.

-La pieza habla sobre los últimos días de un hombre que tiene como determinación ver si puede restaurar algo que no pudo no romper en torno al vínculo con su hija.

Una despedida

Si bien el actor trata de correrse de los parámetros de la soledad en los que está inundado su personaje, lo cierto es que Charlie no ha podido construir algo diferente en su existencia. La ruptura con su hija es causa y, a la vez, efecto de su realidad. “El tema está centrado en el reencuentro con su hija y en la despedida, algo que sucede en sus últimos cinco días de vida”.

-Volverse a ver como preámbulo de la partida.

-En la última escena la hija le dice “qué bolud…” que sos. Ese “bolud…” es “lo hubiéramos hecho antes, papá”. El corazón de La ballena es la autonomía que tiene un ser humano de decidir qué quiere hacer con su vida y la determinación para intentar reparar el daño inevitable que, a veces, nos hacemos entre nosotros por el solo hecho de existir.

La preparación para lucir como marca su personaje le insume al actor casi dos horas de trabajo previo a la función

La composición física de Julio Chávez para interpretar a Charlie le demanda un trabajo extenuante. Apósitos y un traje especial lo sumergen en la contextura de su criatura de ficción.

“El otro día le pedí a Ricky (Pashkus) que me atase los cordones porque no podía hacerlo”. El actor se muestra impactado y condescendiente con aquellas personas que conviven con esa característica física, limitante en el accionar y traumática en la emocionalidad.

-Cuando se estrenó el film, no pocas reseñas dieron cuenta prioritaria de la condición física del personaje. ¿Tiene que ver con el lugar que la sociedad asigna a los cuerpos?

-Tiene que ver con un momento donde rige la culpa. Todavía hay seres que sienten culpa por sus elecciones sexuales. Estamos en una época donde parece que ya está resuelto, que bailamos en libertad, sin embargo, hay muchos seres que no viven plenamente. No hay una sola institución que pueda arrogarse el derecho de comprender la totalidad del ser humano, ni la ciencia, la educación, la religión, la tecnología o el arte lo pueden esgrimir. Al ser fallados, cómo alguien puede comprender nuestra totalidad.

“El corazón de La ballena es la autonomía que tiene un ser humano de decidir qué quiere hacer con su vida y la determinación para intentar reparar el daño inevitable…»

-Somos incompletud.

-Por eso Charlie le dice al jovencito que lo visita “ni siquiera con tus armas de misionero vas a comprender la totalidad del ser humano”. Hay un deseo de la completud y esa es parte de nuestra falla.

-Algo tan imposible como la búsqueda de la perfección.

-Pero alguien nos dijo que existe y que debemos ir detrás de eso.

Profesión

“Depende qué tipo de espectáculo estrenes, en qué momento de tu oficio te encuentres y qué reportaje te hagan”, argumenta el intérprete, pensando en voz alta la posibilidad de encontrar en una entrevista periodística algunas posibilidades para reflexionar sobre su tarea y algunas cuestiones que hacen a su vida personal. Pide un café y se reacomoda para hablar sin ninguna prisa, a pesar que, en pocos días, estrenará su nueva aventura escénica y el tiempo no le sobra.

-Tomando en cuenta el lugar prestigioso que ocupa, ¿qué le sucede ante cada nuevo estreno? ¿Las inquietudes son siempre similares? ¿Se siente presionado por lo que el medio espera de usted?

-No lo vivo así. Me considero una persona que tiene como oficio el problema de la actuación. Para mí, cada espectáculo significa poder ejercitar lo que creo que es relatar, contar, ser un actor. Eso nunca está ganado. Es como la ejecución de una pieza, hay que ejecutarla en el momento. Voy cambiando, creciendo y envejeciendo y a mi yo actor le sucede lo mismo. También cambia mi entendimiento. Me siento ocupado, preocupado y militante de algo que hace cincuenta años que ejerzo. He sido agraciado con premios y generosidades, pero, por el contrario, la soledad es cada vez mayor.

Julio Chávez atraviesa el Paseo La Plaza, el espacio que también cobijó su anterior experiencia teatral

-¿Por qué?

-El partido lo jugás con tus compañeros, pero el actor trabaja consigo mismo, tiene que hacerse caso. Cuando uno estrena, es un momento de mucha soledad, de una soledad, a veces, desesperante. Estás a punto de salir con tu instrumento que te tiembla, una angustia feroz, escuchás el ruido de las butacas y sentís enviada por lo que hacen los acomodadores. Uno está atrás del escenario pensando que todos son dueños de sí mismos, pero tiene que salir al ruedo a construir algo y preguntándose: “¿Cómo mierd… voy a hacer?

-La función estreno debe ser uno de los momentos más abismales del oficio.

-Para mí es de mucho estrés, aunque conozco actores que no lo viven de esa forma. Tampoco creo que haya que estar nervioso como una condición inevitable.

“He sido agraciado con premios y generosidades pero, por el contrario, la soledad es cada vez mayor.”

-A esta altura del partido, de su partido, ¿cuesta más elegir?

-Uno va teniendo diferentes deseos. Siempre es difícil tomar decisiones. A esta altura del partido, la pregunta que me hago es: “¿Tengo ganas de actuar este material?”.

-Debe ser sumamente complejo convencer desde la actuación con un texto que no interpela al intérprete.

-Sos generoso, pero no hay que idealizar. El oficio de mentir, y mentir bien, es un hermoso oficio; tan hermoso que, a veces, podés hacer algo que no te gusta y lo mentís de una manera muy particular. Prefiero que me guste el cuento que cuento, pero uno aprende a desmitificar la actuación para ubicarla en el verdadero valor que tiene.

-¿Cuál es?

-El verdadero valor de la actuación no es su pureza y su verdad, sino, a veces, su bajeza y su mentira. Es tan impresionante que podamos ponernos una careta y falsificar algo de una manera tan inmediata. Así somos los seres humanos. El trabajo del actor es explotar una condición humana y hacer de eso un oficio, liberado del problema de la mentira y de la hipocresía. Los actores tenemos legitimado mentir, que es el acto más humano que existe. La máscara es lo que nos caracteriza, si no tuviéramos máscaras estaríamos en un problema enorme.

La composición de su personaje en La ballena le demanda al actor un trabajo extenuante; apósitos y un traje especial lo sumergen en la contextura de su criatura de ficción

-Tantas máscaras en una misma persona y cumpliendo roles diferentes.

-Somos animales que ocultamos; no creo que eso le suceda a una vaca.

-Ocultar también es una posibilidad de la supervivencia.

-No hay dudas. En el oficio del actor, estos son temas de mucha reflexión. Hay que enaltecer la condición humana y parte de esa condición es mentir.

-Entonces, cada nuevo desafío lo inmiscuye en los planteos ancestrales y los temores perennes.

-Pasan los años y, lejos de sentir que ya está, es el convencimiento de que no voy a llegar nunca.

Como decía Vittorio Gassman, “El teatro no se hace para cantar las cosas, sino para cambiarlas”. Menciona un cuento de Italo Calvino, cuenta el último documental que vio. Chávez respira en función de todo eso que lo conforma. Una lógica propia que le permite transitar su vida y encarar su oficio desde la sensibilidad de quien respira autores, palabras, ideas, estéticas y éticas en torno al arte.

El relato de Cuando la miro conmueve a partir de la relación entre una madre y su hijo

El actor habla con dicción tal que parece abrazar al otro con sus palabras. Si el abrazo fuese con sus manos, habría que respirar hondo. Así como pisa fuerte las tablas, también escribió teatro -bastante-, basta con recordar la deliciosa La de Vicente López, una pintura social casi cruel. Y se atrevió al dirigir cine, también bajo un guion propio, acompañado por su coequiper del teclado, Camila Mansilla. Cuando la miro, que coprotagonizó con Marilú Marini, se convirtió en una auspiciosa ópera prima. Tierna, profunda, reveladora, en torno al vínculo entre una madre y su hijo.

Realidades

-¿Cómo vivió la muerte del papa Francisco?

-No soy católico, pero entiendo que es un hecho que afecta enormemente a la humanidad. Me caía simpático, pero es una apreciación personal y estúpida. Me parece increíble, viendo cómo está el mundo hoy, que siga siendo una conmoción mundial. No es joda. No sé si hay un símbolo más fuerte de la humanidad, salvo la plata, que la figura del Papa. Eso es muy conmovedor. Es un poder y necesidad. Un filósofo dice: “Solamente la venida de algún Dios nos va a poder salvar”. No me gusta la bajada de línea, pero debemos tener el cuidado porque alguien nos mira y existe el bien y el mal.

-El bien y el mal, ¿existen porque alguien nos mira?

-Existen por aquello que yo decido que me mira y estoy decidido a obedecer. Es un imperativo categórico.

-Jugando con el título de una pieza muy recordada que usted interpretó, ¿diríamos “yo soy mi propia religión”?

-Hay algo que se llama “bien” y algo que se llama “mal”. ¿Qué es eso? Se puede discutir.

-¿Dónde ubica su “imperativo categórico”?

-En el arte. Hay tengo miradas a las cuales respondo y me están señalando lo que está bien o mal.

-Entonces, ¿qué lugar ocupa una figura como la papal?

-Ocupa un lugar que creo que debe existir, que nos recuerde qué está bien y qué está mal.

-En el caso de Francisco, además rompió con algunos conservadurismos ancestrales. Un Papa del “fin del mundo” y austero.

-Eso es conmovedor. Lo que pasa es que, mientras está el Papa austero, la institución no lo es. Pero no soy un estudioso del tema. De todos modos, pensé en mucha gente querida que vive con gran dolor la muerte del Papa.

Yo soy mi propia mujer, uno de los recordados trabajos del actor

-Pensando en lo que sucede hoy en Europa del Este y en la propagación de movimientos de ultraderecha y de ideología nazi, ¿cómo dialoga ese contexto con la pieza Yo soy mi propia mujer?

-Está todo en ese material, hoy habla. La guerra está allí. Además, la obra toca asuntos, como el transgénero y la dificultad. Quizás, dentro de cuarenta años, siga teniendo vigencia.

-¿Tiene el deseo de reponerla?

-La voy a volver a hacer, porque como se trata de un actor que cuenta una historia, quien haga la obra puede tener cualquier edad. De hecho, a lo largo de dieciocho años, la hice tres veces.

La primera versión de Yo soy mi propia mujer contó como director a Agustín Alezzo, uno de los grandes maestros de Julio Chávez: “Es como un papá que se me murió. No hablaría de su estética, porque uno hasta puede diferir de la estética de un maestro, pero me interesa pensar en su ética frente al trabajo, eso es lo que valoro. Y ni hablar sobre su ética personal”.

Pócimas de la infancia

Trazando un paralelismo con las enseñanzas de Alezzo, el actor recuerda que, siendo niño, su madre, antes de que partiera hacia la escuela, le preparaba una combinación de huevo, oporto y azúcar, “de ahí nace mi alcoholismo”.

-Buena combinación.

-Sambayón.

-¿Por qué esa preparación a la mañana?

-Mi madre me decía “con esto vas a salir hecho un torito, no te vas a resfriar, no te va a pasar nada”.

-Una gran pócima.

-Siempre lo tomé como un gesto de preparación, de parte de mi madre, para salir a enfrentar el mundo. (Agustín) Alezzo fue eso para mí, fue alguien que me dio confianza, fe, ética. De él aprendí, vi lo estricto para afrontar el trabajo. También tuve otro gran maestro que fue (Augusto) Fernandes, pero no lo hubiese soportado si no hubiese recibido la ternura de (Agustín) Alezzo, eso me permitió afrontar el conocimiento de (Augusto) Fernandes.

-¿En qué aspecto se ancla eso?

-Si no hubiese tenido confianza en mí, no habría podido soportar a (Augusto) Fernandes.

El actor recuerda a sus maestros Augusto Fernandes y Agustín Alezzo, quienes lo formaron en la estética y la ética del teatro

-Usted también es el oporto, licor y huevo para mucha gente.

-No.

¿No?

-Cuando empecé, todavía había instituciones que marcaban qué era ser actor. Estaban el Conservatorio Nacional, las escuelas municipales, los elencos de los teatros y los grupos aguerridos como Nuevo Teatro o el Teatro del Pueblo. Esos espacios señalaban qué era ser actor. Por otra parte, existía el actor de televisión, el de teatro de arte, el que hacía revista o humor.

-Y no se mezclaban, salvo excepciones como Ernesto Bianco.

-Las instituciones y los grupos señalaban y contenían a sus actores. Hoy eso se dinamitó. Los espacios legitimadores de los actores han perdido fuerza, porque surgieron espacios que se legitiman a sí mismos. Lo que nos tenemos que preguntar es: ¿Qué es teatro hoy? Hay muchas posibilidades, pero cada comanda tiene su ley, su preparación.

-Su comanda fue muy amplia. Hizo teatro arte, cine, televisión comercial, comedias teatrales muy exitosas. El medio y los espectadores suelen encasillar. No fue el caso.

-Tengo anécdotas increíbles con espectadores que fueron al teatro y no pudieron creer la porquería que estaba haciendo, según su punto de vista. Y así me fue.

-¿A qué obra se refiere?

-Había terminado de hacer El puntero en televisión y tenía una banda popular que me seguía a morir. Sin embargo, luego de ese trabajo, estrené La cabra en el Tabaris y mucha gente no podía entender lo que estaba viendo. Obviamente, durante los primeros meses se llenaba la sala, pero luego fue bajando.

-No se producía el llamado “boca a boca”.

-¿Qué “boca a boca” se iba a producir? Barbaridades habrán dicho esas bocas. Y yo lo comprendo.

-¿Sí?

-Pero claro, me venían a ver esperando que les diera un plato de comida y les daba otra cosa. Pero fue una decisión mía, no soy un nene de pecho, hacía diez años que nadie agarraba ese material. Es lógico, si era una obra compleja, “desagradable”… Pero cuando hago algo no espero la aprobación de la humanidad. Comprendo, pero no quiero ser víctima ni esclavo. Hago La cabra y me banco lo que venga, aprendo y me duele un montón.

-¿Qué es el fracaso?

-El fracaso es ser un esclavo.

-También se atrevió con una comedia, que resultó taquillera, como Un rato con él, junto a Adrián Suar.

-Aprendí muchísimo. Fui autor, junto con Camila Mansilla, en una especie de servicio, porque no era nuestro asunto.

Adrián Suar y Julio Chávez en una escena de Un rato con él, comedia donde interpretaban a dos hermanos

-Usted bajaba una escalera en la primera escena y la platea de El Nacional estallaba.

-Me sentía Gregory Peck. Tuve que vencer mis propios prejuicios, pero es muy difícil aprender algo del oficio si te estás cuidando mucho las espaldas. En una escena con Adrián Suar yo hacía lo que verdaderamente es un payaso, un acto de comedia con seriedad, y no lo hacía nada mal.

-Y bien lejos del prejuicio.

-Cuando Adrián Suar me ofreció hacer Farsantes, me planteó que sería una tira diaria. Me lo comentó pausadamente, casi con temor.

-Sin embargo…

-Inmediatamente le dije que sí. Aprendí muchísimo haciendo ese género. La gente me decía: “Qué raro que hagas una tira”. Si no lo había hecho antes, era porque aún no me sentía con el oficio necesario para establecer un matrimonio con ese género. Fueron 147 capítulos y jamás llegué sin saber la letra y sin involucrarme en cada situación. Se puede hacer tira y se puede hacer muy bien. No fue en desmedro de mi oficio, sino que le puse mi oficio a ese formato. Busqué enaltecer la tira y mi trabajo.

Su bandera

Luego de la conmovedora película Cuando la miro, hoy es más cauto para afrontar un nuevo proyecto en ese rol: “Lleva mucho tiempo, hay que dedicarse de lleno a eso. Además, creo que hacer la segunda es más difícil que la primera”.

-Como la segunda función.

-Como la segunda función.

“Cuando hago algo, no espero la aprobación de la humanidad. […] El fracaso es ser un esclavo.”

-Le escuché decir que su bandera es el arte. Nunca se involucró en cuestiones de política partidaria.

-Admiro a los que sí se ocupan y les agradezco porque se ocupan de mí también. Si yo me involucrara de otra forma, debería investigar mucho para entender qué pasa y de dónde viene lo que pasa. Cuando un cuerpo está enfermo se buscan las causas de la enfermedad. En este caso, y pensando en el país, entiendo que hay un médico que es un animal y que está cortando por donde no debe cortar. Cada médico, o gobierno, que llega decide cambiar la medicación y usar una propia, pero yo soy homeopático. Hay que ir al corazón del asunto. Atacar lo que produce la enfermedad. En principio, espero que salgamos de esta medicina que está tirando el agua sucia con el bebé adentro. Y desearía un camino homeopático para el país.

-¿Le preocupa la situación del INCAA?

-Por supuesto, el cine es importantísimo. El acto bárbaro de destrozar cosas es una bestialidad, no se entra a un colegio y se rompe toda la biblioteca. Bueno, sí, se hace. (Adolf) Hitler quemó todos los libros.

-¿Qué le enseñó el amor?

-Que todo es una ficción.

-Como el teatro.

-Y que se hace como el teatro, con fe, alegría y dispuesto a que ese día se termine la función.

Para agendar

La ballena, de Samuel D. Hunter, con Julio Chávez, Laura Oliva, Carolina Kopelioff, Máximo Meyer y Emilia Mazer. Sala: Pablo Picasso del Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660). Funciones: jueves y viernes a las 20, sábados a las 19.30 y domingos a las 19.