El elegido de Indra Devi que tuvo un accidente en la ruta y da clases de yoga en silla de ruedas: “Fue un crecimiento”

La “mataji” Indra Devi, maestra del yoga en la Argentina y un accidente automovilístico marcaron la vida de Fabio Madeo (56) por siempre, pero las enseñanzas de la primera, quien lo había convertido en su discípulo y el yoga le dieron herramientas no solo para sortear todos los obstáculos que se le presentaron sino también para crecer. Mataji, que quiere decir madrecita en sánscrito, era el modo en que llamaban a Devi las personas cercanas a ella y una de ellas era Fabio.
El interés por el yoga nació gracias a su madre, quien le transmitía sus enseñanzas ya que en la adolescencia, mientras iba al secundario, Fabio, padecía dolores de cervicales y tenía mareos. “Mi madre que practicaba yoga desde muy joven me enseñaba algunas posturas para calmar el dolor. Algo a lo que me resistía un poco”.
Fue en 1989 cuando escuchó por la radio a Indra Devi, a quien ya había visto en entrevistas en la televisión cuando decidió ir aprender yoga. “Si lo hago, quiero hacerlo con alguien que sepa y que entienda, porque en esa época, no como ahora, no se encontraban muchos lugares y ahí contacté con la fundación”.
Al conocer en una charla a la gran difusora del yoga en Occidente, Indra Devi dice que le transmitió una sensación inmediata de una mezcla de paz, emoción, alegría. Ella tendría unos 90 años, era pequeña, medía 1.50 ante al 1,90 de Fabio. “Cuando ella terminaba las charlas abrazaba a toda la gente, a uno por uno. Y cuando llegó a mí, al abrazarme inmediatamente me emocioné. Fue rarísimo, como una energía. Pero no me pasó solamente a mí, sino a toda la gente que iba a la charla. Ella decía que era el muro de lamentos porque llegaba con sari mojado a su oficina”, relata.

Cuando Fabio tomaba clases con una de las profesoras de la fundación, sucedía que cuando faltaba, Indra llegaba como reemplazo. Así se conocieron, en clase. Los próximos encuentros con la maestra fueron de lo más sorprendentes. “Fue raro porque yo estuve en una charla y ella dijo que necesitaba un profesor de yoga y un montón de profesores ahí en la sala levantaron la mano”, cuenta quien ese momento era un alumno más y no llevaba mucho tiempo yendo a clases. Ella, recordando su nombre, le preguntó: “¿Me dice usted Fabio si puede?”. Fabio, que no había levantado la mano y estaba medio escondido, ante las 100 personas que miraban, sintió que no le quedaban muchas opciones que decir que sí. “Y enseguida pedí una entrevista con ella y le dije: ‘discúlpeme, pero me dio mucha vergüenza, es que yo no soy instructor. No soy profesor nada y me respondió: ‘no se preocupe, yo le voy a enseñar’. Así que ahí, enseguida, digamos que me tomó como discípulo y para mí empezó a ser mi maestra”, recuerda con mucha fidelidad.
Así que empezó a participar de sus talleres y convivir con Indra gran parte del día. Cuenta Fabio que en India el yoga se transmite de maestra a discípulo, como le sucedió a él. “Mi mejor enseñanza fue estar con ella. Conviví mucho tiempo con ella. Yo estaba en Cardales en su momento, en la quinta de Piero que era donde nos reuníamos. Hacíamos retiros ahí y todo eso fue la enseñanza. Yo siempre estuve muy pegado y ella me decía el “niñito consentido”.
Fabio tendría entre 22 y 23 años y llevaba tomando clases un año cuando “mataji” le pidió que lo acompañara a dar clases a un lugar sobre la calle Pringles y Guardia Vieja donde había chicos con HIV y otros que se drogaban, y en recuperación, se los integraba con los vecinos del barrio. “En ese momento ella era muy famosa, así que vino muchísima gente, era un buen proyecto. La segunda vez que teníamos que ir a dar la clase, me llama y me dice ‘Fabio, yo no puedo llegar, dé la clase usted’ Y ahí casi me muero porque había como 50 personas. Y otra profesora que me acompañaba me dijo que si mataji me decía que tenía que dar la clase, tenía que hacerlo”. En su primera clase, y ante tantas personas, les hizo mantener los ojos cerrados de los nervios que tenía. “Frente a tanta gente. Yo nunca había dado una clase. Fue rarísimo. Fue una prueba que ella me puso y cuando terminé a esa gente le encantó. Y a mí me pasó algo muy raro. Sentí como que mi cuerpo se había muerto. No tenía fuerzas. Me fui a la Fundación directamente a tomar una clase yo a ver si podía recuperarla y en ese momento sentí y entendí que se murió una parte mía y empezaba una parte nueva. Sentí como una sensación de muerte, pero al mismo tiempo lindo”, explicó.

La energía de Indra era muy especial, según Fabio que compartió muchas vivencias con ella, desde sus 90 hasta los 99. Y dando clase, dejaba enloquecida a la gente porque enseñaba posturas invertidas, haciendo demostraciones. También cuenta que ayudaba a hacer posturas, haciendo apoyar un pie en su cuerpo y había que levantar la pierna “y vos decías la voy a partir. Pero no, ella tenía una fuerza y energía increíble”, recuerda.
En 1993, en su segundo viaje a India, se encontró con su maestra en Bangalore, en el palacio del Maharajá de Sandur y que estaba con el cantante Piero, a quien ella adoraba y con quien se hicieron muy amigos. Ahí lo conoció y actualmente le da clases. “Solo puedo decir que es una persona muy espiritual y excelente ser humano, para mí como un hermano, con él compartimos muchos retiros de yoga con Mataji y la fundación Indra Devi en el Campito de las Buenas Ondas en Cardales. En India, Piero no disponía de mucho tiempo, estuvo un ratito no más, porque en esa época tenía muchos recitales”, relata.
En India recorrió junto a Indra Devi, lugar donde era muy respetada, muchos lugares santos. “Mi mayor experiencia fue en el ashram de Swami Premananda en Trichi al sur de India, donde tuve la posibilidad de dar clases de Yoga para los Indios que habitaban el ashram (lugar donde reside un maestro con sus discípulos)”, explica.

En 1995 el instructor de yoga empezó a dar clases en la actual casa antigua de Flores, una zona que poco tiene que ver con el barrio de hoy tan movido. Era más apacible y le había gustado. Sintió que debía estar ahí. La fundación le pidió que no pusiera nombre al lugar, porque todavía daba clases para ellos.
Tres años después de tener espacio propio para las clases, Fabio tuvo un accidente en auto, en la ruta, camino a Pinamar, que lo dejó tetrapléjico y en silla de ruedas. La lesión se había producido a nivel de las cervicales c6c7. “Reventó la rueda, nos salimos de la ruta, nos dimos contra un montículo y empezamos a volcar. Fue un accidente muy fuerte, yo me desmayé, venía con el cinturón, como acompañante y por el efecto látigo, que te queda la cabeza suelta, se me desplazaron las vértebras y aplastó la médula a la altura cervical, y me dejó una tetraplejia desde los brazos hasta abajo del cuerpo. Yo muevo los brazos, pero no muevo las manos, por ejemplo, pero puedo puedo estar con la silla de rueda eléctrica y seguir dando clases”, precisa. Tenía 32 años.
En el viaje manejaba su hermano, y atrás, llevaban a su madre y a su cuñada. “Por suerte a ellos no les pasó nada, a pesar de que el accidente fue fuerte. No sé si fue el yoga, o mi forma de ser, pero entendí que me tenía que pasar a mí. Como que fue perfecto que me pase a mí. Es un poquito difícil de explicar, pero yo desde que tuve el accidente, lo vengo trabajando de una manera increíble y para mí fue como un crecimiento de la vida: de lo que siento, de cómo vivo las cosas, como vivo el día a día, como vivo el presente. Si le hubiera pasado alguna de las personas que venían conmigo, no sé si lo hubieran tomado de esa manera”.

Su espíritu estaba fuerte. Y ahora debía enfrentar la vida sobre una silla de ruedas eléctrica. Como si se hubiese preparado para dar una gran batalla personal. “Yo creo que es una posibilidad, pensé que fue todo una preparación, no solamente desde el yoga. Es desde antes el yoga, porque siempre tuve esta cosa de querer investigar sobre lo espiritual, sobre lo que sentía, sobre qué me pasaba. Me preguntaba muchas cosas de chico, que capaz que otro chico no se preguntaba. Digamos que el accidente fue uno de los aprendizajes más grandes que tuve en la vida, yo creo que tuve más vida después de mi accidente”, enfatiza y agrega: “después del accidente empecé a vivir, empecé a sentir diferente las cosas, el crecimiento, sentir la vida y vivir cada momento a pleno. Y hacer muchas más cosas, pero muchas más cosas que cuando era vertical, como digo yo a veces en broma”, asegura.
Durante dos años estuvo en rehabilitación, donde tuvo que adaptarse a la silla. Fueron dos años sin dar clases. “Mi pensamiento era bueno… mi parte física, ya está. Voy a empezar a fortalecer mi parte espiritual. Meditación para mí, para adentro. Como que quería pasar a ese plano, salir de mi cuerpo”. Pero su contacto con un maestro de la India, le hizo cambiar de idea: “Esto que te pasó vos es para que vos lo puedas transmitir y enseñar otras personas. Entonces, si vos no vas a transmitir tu experiencia a otras personas, sería egoísta de tu parte. Para mí fue como wow” , cuenta.
Fabio había encontrado su misión en la vida. Ahí se largó de nuevo con el yoga, abrió las puertas de su instituto y le empezaron a pasar cosas muy lindas con la gente que llegaba: “Me decían ‘estaba deprimido y te conocí, me hiciste salir adelante’. Y digo, claro, era esto. Esta es la misión de poder mostrar que se puede, a pesar de que para algunos es lo peor que me pudo haber pasado y para mí, no, para mí es vivirlo de una manera muy especial”, expresa el instructor.

Después nada lo detuvo. “Viajé, me abrí el lugar como instituto, Mataji, que antes no era un instituto, sino un lugar donde venía de hacer yoga, me compré una casa donde vivo solo, con gente que me asiste. Ahora vivo en Moreno que es una casa tipo como si fuera en el campo donde tengo mis animales, tengo a mi lado mis peces, donde medito”, cuenta Fabio, que se mueve en una camioneta adaptada.
Mis mejores alumnos era un matrimonio de ciegos. Yo voy indicando parte por parte como tenés que mover el cuerpo, la pierna, como levantarla, todo hablando y, desde ese lado, relaciono aparte del yoga físico, en mi caso más que nada, una filosofía de vida, en lo que hago, en lo que transmito, en lo que le doy a cada alumno, en hacer la clase mentalmente. Cuando estoy dando la clase de mis alumnos, termino como si la hubiera hecho. Siento como que mi cuerpo se relaja. Cuando vengo cansado, un poco tensionado no veo la hora de dar la clase como para sentir que la hice”, manifiesta.
Fabio, que encontró su misión, cree que todos tenemos una y estamos por algo acá.
Seguir leyendo:
Quedó cuadripléjica por un accidente, no se rindió y hoy integra la Selección Argentina de Arco
Fuente: Infobae