Saladillo/BA. Evangelio según San Mateo (1,18-24): «Este fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.
Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros».
Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.»
Cuántas hermosas virtudes vemos en San José en el relato de hoy del evangelio de san Mateo. Y san Bernardo nos enriquece con esta enseñanza del padre adoptivo de Jesus: «José, el esposo de María, siendo justo y no queriendo denunciarla, decidió repudiarla secretamente (Mt. 1, 19). Por ser justo no quería denunciarla. Así como no hubiera sido justo si hubiera sido su cómplice conociéndola culpable, de la misma manera no sería justo si, conociéndola inocente, la hubiera delatado. Por eso decidió repudiarla ocultamente. Pero ¿por qué quiso repudiarla? Por el mismo motivo, dicen los Padres, que incitó a San Pedro a apartar de sí al Señor diciéndole; » Aléjate de mí, Señor, que soy pecador» (Lc. 5,8). De igual modo el centurión no quería que entrase el Señor en su casa diciendo; «Señor, yo no soy digno que entres bajo mi techo» (Mt. 8,8)
José, teniéndose por pecador, pensaba que él era indigno de vivir en compañía de una mujer cuya admirable dignidad le inspiraba temor y veneración. En ella veía la señal indudable de la presencia divina. Porque no podía penetrar tan espantoso misterio, quería dejarla. A San Pedro le impresionó la grandeza del poder de Cristo y el centurión se asustó por la majestad de su presencia. Fue poseído José, siendo hombre, de un asombro sagrado ante la novedad de tan grande milagro y la profundidad de tan grande misterio. Por eso quería dejarla secretamente. No hay por qué maravillarse de que José se juzgase indigno de vivir en compañía de la Virgen embarazada, pues tampoco Santa Isabel pudo sostener su presencia sin temor ni respeto. «De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme?» (Lc.1, 43).
¿Por qué repudiarla ocultamente? Porque no se inquiriese la causa del divorcio ni se pidiese la razón que había para él. ¿Qué hubiera podido responder aquel varón justo a un pueblo siempre dispuesto a contradecir? Si hubiera dicho lo que sentía y que él mismo estaba convencido de la pureza de María, esa gente incrédula se hubiera burlado de él y a ella la hubiera apedreado. José, pues, actuó con razón ya que no quería ni mentir ni difamar a una inocente.Pero el ángel le dijo: «¡No temas! Lo que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu Santo».