Saladillo/BA. Evangelio según San Lucas (21,12-19): «Jesús dijo a sus discípulos:
«Los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,
y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,
porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.
Gracias a la constancia salvarán sus vidas.»
Cuántas enseñanzas de Santa Catalina de Siena, doctora de la iglesia, para este evangelio de hoy. Sobre la «gloriosa virtud de la paciencia que guarda la calma en medio de las tormentas e innumerables pruebas, que sólo se ejerce en tiempos de tribulaciones».
Cito la carta 54 a Nicolás Soderin: «Querido padre en Cristo, buen Jesús: Yo, Catalina, servidora y esclava de servidores de Jesucristo, le escribo en su preciosa Sangre con el deseo de verlo firme en la verdadera y santa paciencia. Sin la paciencia no podemos ser agradables a Dios ni estar en estado de gracia. La paciencia es el núcleo de la caridad.
Ya que la paciencia es tan necesaria, es necesaria encontrarla. ¿Dónde la encontraremos? ¿Lo sabe usted, buen y estimado padre? La encontramos en el mismo lugar y de la misma manera que encontramos el amor. ¿Y dónde se encuentra el amor? Lo encontramos en la sangre que Jesús crucificado derramó por amor en el madero de la santísima cruz. El amor inefable que vemos en él nos inspira el amor, ya que el que se sabe amado, ama. Al amar, se reviste de la paciencia de Jesús crucificado. Con esta buena y gloriosa virtud, guarda la calma en medio de tormentas e innumerables pruebas. (…)
Revistamos y abracemos la doctrina de Jesús crucificado. Alegrémonos en las tribulaciones, en vez de huirles, para asemejarnos al que tanto sufrió por nosotros. Ejercitaremos así nuestra paciencia, que sólo se ejerce en tiempo de tribulaciones. Recibiremos más tarde en el cielo la recompensa por todas nuestras penas, en las que tuvimos paciencia. Por eso, le he dicho que yo deseaba verlo firme en la verdadera y santa paciencia, con el fin que al entrar en la visión de paz, en nuestra Ciudad de Jerusalén, recibirá lo que ha ganado durante su peregrinación».